A felicidade por bandeira.

Escribo esto sin tener aún mucha idea de lo que quiero transmitir. Mi intención es transmitir calma, aunque también felicidad, alegría, esperanza, confianza, peligro, cautela, desconfianza… 

No sé muy bien qué es lo que siento porque no tengo un pensamiento fijo y constante. Eso mismo le pasará a cada uno de los deportivistas que, mediante avanza la semana, van teniendo distintos pensamientos. El lunes piensan que todo se puede ir al traste. El martes que hay que ir partido a partido. El miércoles que es posible. Así sucesivamente. Después aparece Arsenio, en el momento justo, para cambiar el discurso de la fiesta por el de “vamos a ser campeones, (…) porque tengo los cálculos de manera tal, que no puedo fallar” y entonces ya no sabes qué pensar, ya no sabes qué hacer, ya no sabes si planificar y hacer cálculos o si quedarte sentado esperando a que ocurra.

El discurso pesimista y de cautela es muy nuestro. Siempre que entro al estadio, enfilo hacia mi asiento y por el camino, los de siempre me dicen: “neniño, ¿cómo lo ves hoy?” mi respuesta siempre es miedosa. Nacimos con ello. 

Las sensaciones te suelen guiar hacia un fin u otro y hay veces que es favorable manipularlas y mentirse a uno mismo. Tenemos que ser tóxicos, aunque pensemos que puede volver a pasar lo que ya pasó, pensemos de manera obligatoria que va a pasar algo grande. 

En el partido contra el Arenteiro, durante la segunda parte, el miedo de la grada se transmitió al campo. Desde ya tenemos que recurrir al discurso, no de la esperanza, sino de la felicidad y convicción. 

El convencimiento es lo más importante. Si tu pareja te dice que estás muy guapo, te comes el mundo. Porque estás convencido de lo guapo que eres a pesar de que tengas granos y tus zapatillas no combinen con el pantalón. Entonces eres feliz.

La felicidad tiene que reinar en Coruña, porque tengo los cálculos de manera tal que no puedo fallar.